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Los Hombres De La Historia -CEAL

miércoles, 29 de junio de 2011

062-CRISTOBAL COLÓN-Ruggiero Romano



CHRISTOPHER COLUMBUS. SPAIN. COINS MINTED FOR HIS JOURNEY. 1492 AD

Pocas figuras históricas han sido tan controvertidas y ofrecido tantos rasgos ambiguos como la del navegante que llamamos Cristóbal Colón, pese a que no nació con ese nombre. Es reconocido como el «descubridor de América», aunque él nunca lo supo y, desde un punto de vista estricto, no lo haya sido cabalmente. Su verdadera identidad, su lugar de nacimiento, su origen nobiliario o plebeyo, sus estudios o ignorancias, sus aventuras de juventud, sus ambiciones o mezquindades, sus conocimientos ciertos o delirios afortunados, se han prestado a numerosas disquisiciones y debates entre biógrafos e historiadores.
En lo que hace a su persona, los trabajos reunidos en la Raccolta Colombiana (Italia 1892-1896), el Documento Aseretto (hallado unos años después), las investigaciones de los eruditos españoles Muñoz y Fernández Navarrete y el más reciente Diplomatorio Colombino dan cuenta definitivamente de su origen genovés y humilde y permiten reconstruir sin mayores dudas ni lagunas los avatares de su agitada e intensa biografía.
Respecto a la importancia de su hazaña cabe señalar que fue sorprendente en lo geográfico y oportuna en lo político, pero no tan novedosa en lo científico como se suele afirmar. La ciencia de fines del siglo XV ya aceptaba que la Tierra era un globo esférico, sabía que teóricamente se podía llegar a las antípodas navegando hacia el oeste, conocía la existencia de islas y tierras septentrionales exploradas por vikingos y daneses, y suponía que quien intentara arribar a las Indias por el poniente podía tropezar en su camino con alguna «terra incógnita».
Desde la Edad Media existían especulaciones y leyendas sobre los límites del Mar Tenebroso. El irlandés san Barandrán habló ya de un gran continente y de «una inmensa isla con siete ciudades», e historias parecidas se registran en las tradiciones gaélicas, celtas e islandesas, mientras que los árabes peninsulares mencionan la expedición de los magrurinos que zarparon de Lisboa y «después de navegar once días en dirección al oeste y veinticuatro días hacia el sur» llegaron a unas tierras donde pastaban ovejas de carne amarga.
Ya en siglo XIV, el veneciano Niccolò Zeno dibujó un mapa en el que se definían claramente Groenlandia y las costas de Terranova y Nueva Escocia. Y unos años antes el cardenal Pierre d'Ailly, en su obra Imago Mundi, desarrolló con toda amplitud la idea de llegar a los dominios del Gran Kan (descritos por Marco Polo) tras una travesía relativamente breve hacia el oeste. El propio Colón estaba absolutamente convencido de que hallaría tierra firme «unas setecientas leguas más allá de las Canarias».
El proyecto no era nuevo, sino incluso popular, entre cartógrafos y navegantes como posible alternativa a la larga ruta de las especias; tanto, que uno de los mayores temores de Colón era que otro se le adelantara en cruzar el Atlántico. Pero lo que ni él ni los sabios o los marinos de ese tiempo podían imaginar era la inmensa extensión de la «terra incógnita» ni la inesperada vastedad del Pacífico. Ése fue el verdadero descubrimiento científico que se inició aquel día de 1492: no sólo apareció un «Nuevo Mundo», sino que el antiguo globo terráqueo se expandió a casi el doble del tamaño que se le suponía.
El estudio comparado de diversas documentaciones permite asegurar que el futuro navegante nació en Génova y que tal hecho debió de ocurrir entre el 25 de agosto y el 31 de octubre del año 1451. Se le dio el nombre de Cristóforo, y fue el primer hijo del matrimonio formado unos cinco años antes por Doménico Colombo y Susana Fontanarossa. La familia estaba asentada en la Liguria desde por lo menos un siglo atrás, aunque sus miembros siempre fueron campesinos o artesanos sin medios de fortuna. El propio Doménico parece haberse trasladado desde Quinto a Génova alrededor de 1429 para aprender el oficio de tejedor. Los Colombo tuvieron otros tres hijos y una hija, Bianchinetta. Dos de estos hermanos Colombo habrían de jugar un papel preponderante y continuo en las aventuras y desventuras del primogénito: Bartolomé y Giácomo. Al segundo de ellos se le llamaría Diego en España.
Apenas tenía edad bastante cuando Cristóforo ayudaba a su padre en sus sucesivos trabajos como quesero y tabernero o lo acompañaba en viajes de negocios a Quinto o Savona. Era un chico despierto e inquieto, pero no consta que hubiera seguido ningún tipo de estudios. Lo que verdaderamente le atraía era el puerto, los relatos de marineros, las naves que llegaban de tierras lejanas. Génova era un importante centro del comercio marítimo y no le costaba mucho al joven Colombo enrolarse en barcos de las grandes compañías navieras de la ciudad, realizando diversos itinerarios mercantiles por el Mediterráneo. Así aprendió, en la práctica sobre cubierta, el oficio del mar. Hablaba con los pilotos de vientos y corrientes, leía las cartas marinas y ensayaba el uso de los instrumentos náuticos. A los veinte años era ya un buen marinero.
Tras su probable alistamiento en una expedición de la armada ligur a la isla griega de Quíos, que formaba parte de los dominios genoveses, en 1476 Cristóforo se embarcó en una flotilla comercial con destino a Flandes. Pero a poco de atravesar el estrecho un suceso providencial cambiaría la vida del joven Colombo. Era el momento en que portugueses y franceses apoyaban a Juana la Beltraneja en la lucha por la sucesión de Castilla, y navíos de guerra galos atacaban sin mayor razón que el bucanerismo al convoy genovés.
Hundida su nave, Cristóforo alcanzó a nado la costa lusitana. Poco después se encontraba instalado en Lisboa, como agente de la importante casa naviera Centurione, armadora de la flotilla atacada. Allí cambió su nombre por Cristóbal y su apellido por Colomo o Colom, mientras se le reunió su hermano Bartolomé, también marino e interesado en la cartografía.
Cuenta la tradición que los Colomo llevaban una vida aposentada y tranquila, y que el mayor acostumbraba oír misa en el convento de Santos. Allí se fijó en una de las pupilas, Felipa Moniz Palestrello, joven hermosa y de familia importante. La madre, Isabel Moniz era de noble linaje, emparentado con el de Braganza; el padre, Diego Palestrello, también genovés, estaba estrechamente relacionado con las empresas náuticas de la corona portuguesa y era a la sazón gobernador de la isla de Porto Santo, en el archipiélago de Madeira. Cristóbal pidió y obtuvo la mano de Felipa en 1477, y un año después nació un hijo al que bautizaron como Diego.
Bajo la influencia de su suegro, Colón se interesó cada vez más en los aspectos geográficos y científicos de la navegación, apartándose de su faceta meramente comercial. En esto pudo pesar también su temprana viudez (Felipa murió un año después de dar a luz) y sus desavenencias con la casa Centurione, a la que puso un prolongado pleito, que fue la base del Documento Aseretto.
A partir de ese momento, Cristóbal comenzó a soñar y diseñar el ambicioso y desmesurado proyecto que habría de obsesionarlo toda su vida: descubrir una ruta más corta y segura a las Indias, navegando hacia occidente. Ya se ha dicho que la idea teórica estaba bastante difundida y se han citado antecedentes más o menos legendarios, a los que hay que agregar los que el propio navegante pudo recoger en sus estancias en Porto Santo y el claro talante de «expansión oceánica» que se vivía en Portugal a partir de los descubrimientos y exploraciones de los archipiélagos atlánticos y las costas de África.
Pero es probable que el factor desencadenante haya sido una carta del sabio florentino Paolo del Pozzo Toscanello al canónigo Fernando Martins, para que interesara al rey en sus ideas. El documento -o una copia de éste- llegó a manos de Cristóbal, quizá por mediación de Diego Palestrello. La teoría del humanista de Florencia resume los conocimientos de la época sobre el globo terráqueo, que acertaban en su forma esférica y erraban en el cálculo de sus dimensiones, adjudicando sólo 125 grados a la distancia que separaba Canarias de Asia.
Colón asumió la idea, la transformó en proyecto expedicionario y la elevó al rey Juan II. Éste, tras el dictamen negativo de una junta de sabios, lo rechazó por incierto. Hay quien dice que el monarca recelaba de aquel extranjero sin títulos ni estudios, y envió en secreto otra expedición que terminó en fracaso. Resentido por este engaño, o más probablemente a causa de sus apuros económicos y la ilusión de encontrar otro protector, Cristóbal abandonó Lisboa junto a su hijo y su hermano Bartolomé. Bordearon la península, con intención de dejar al pequeño Diego a cargo de su tía materna Violante Moniz, que vivía en Huelva.
En el camino se detuvieron en el cercano convento franciscano de La Rábida, donde se alojaron como albergados. El padre guardián, fray Juan Pérez, que había sido confesor de la reina, se entusiasmó con el proyecto del extranjero que se hacía llamar Xrobal Colón (XR era en la época el anagrama de Cristo), e interesó en él a su erudito cofrade fray Antonio de Marchena, experto en astronomía y cosmografía. Ambos frailes le dieron recomendaciones para el duque de Medinaceli, quien se apasionó por la idea y retuvo a Colón durante más de un año, con el propósito de preparar la expedición. Pero los Reyes Católicos desautorizaron tal proyecto, y todo lo que pudo hacer el duque fue enviarles al navegante a su corte de Córdoba.
Una vez más, en 1485, un consejo de sabios reunido en Salamanca desaconsejó la empresa, quizá porque ya poseían indicios de lo extenso y arduo de la travesía. Pero Isabel, pese a estar enzarzada en la guerra de Granada, no descartó del todo la idea de llevar a las Indias el pabellón de Castilla. Otorgó una pensión al navegante y le rogó que permaneciera en Córdoba. Cristóbal se instaló en un mesón, donde entabló relación con la joven Beatriz Enríquez, veinte años menor que él. De esa unión nació en 1488 un hijo, Hernando, que sería el primer biógrafo del Almirante y principal responsable de los ocultamientos y ambigüedades que durante siglos envolverían a su figura.
Ultimada la conquista de Granada, los reyes recibieron con mejor talante a Colón. Pero las pretensiones del extranjero resultaban desmesuradas: el almirantazgo de la Mar Oceana, el virreinato hereditario de las tierras que encontrara y una parte importante de todas las riquezas que él o sus hombres obtuvieran por conquista o por comercio. Fernando le hizo notar su exceso, aunque Isabel le despidió con vagas promesas. Colón, harto de su deambular ibérico, resolvió llevar su proyecto ante el rey de Francia.
Los frailes de La Rábida consiguieron disuadirlo y, con la colaboración de los cortesanos Luis de Santángel y Juan de Coloma, convencieron a los monarcas católicos de avenirse al llamado Protocolo de Santa Fe, que en 1492 concedió al Almirante los títulos y prebendas que exigía, aunque sólo el diez por ciento de los eventuales beneficios. Pero los exhaustos tesoros reales no aportaron un solo maravedí para financiar la expedición (pese a lo que diga la leyenda, las joyas de la reina ya habían sido pignoradas a los usureros valencianos). Con ellos tuvo relación Santángel, a quien se debió la brillante idea de hipotecar el arrendamiento de los derechos genoveses al puerto de Valencia, baza que tomó, por mediación del propio Colón, el rico banquero ligur Juanoto Berardi. Resuelto el problema financiero, sólo faltaba hallar los barcos y las tripulaciones.
Tuvo entonces Colón otro encuentro providencial: Martín Alonso Pinzón, acaudalado armador, viejo lobo de mar y próspero mercader de Huelva, que se apasionó por el proyecto colombino. Fue gracias al prestigio de Pinzón que los recelosos marinos onubenses aceptaron enrolarse en la extraña empresa, y que los armadores Pinto y Niño aceptaron desprenderse de sendas carabelas que serían bautizadas con sus nombres. Martín Alonso y su hermano Vicente Yáñez pilotarían esas naves, mientras que el Almirante escogió una nao cantábrica anclada en el puerto de Palos, llamada Marigalante. Su armador, el cartógrafo Juan de la Cosa, ofreció incorporarse a la expedición como maestre y la nave capitana fue rebautizada Santa María. Restaba aún comprar aparejos y provisiones. Los hermanos Pinzón y sus amistades reunieron el dinero faltante, y todo quedó listo para hacerse a la mar.
La expedición partió del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492. Pese a la oposición de Martín Alonso y las dudas de Juan de la Cosa, Colón insistió obcecadamente en mantener el derrotero que marcaba el grado 28 de latitud, que pasaba por la isla de Hierro. Por fortuna, intuición o saberes que el Almirante no reveló, ese rumbo se mostraba muy favorable para avanzar sin zozobra hacia el poniente. Y la pequeña escuadra se internó en el enigma del «Mar Tenebroso».
Pero pasaron más de dos meses sin avistar tierra y se produjeron conatos de rebelión, reducidos gracias a la autoridad indiscutida de Pinzón. Fue también el veterano piloto quien convenció a Colón finalmente de torcer el rumbo al sudoeste y pronto comenzaron a ver ramas flotantes, pájaros y otros signos inequívocos de que se acercaban a una costa (debe decirse que si hubieran seguido el derrotero del paralelo 28 hubieran llegado a la Florida, y quizá la historia de América hubiese sido otra).
En la noche del 11 al 12 de octubre el marinero Juan Rodríguez Bermejo, apodado el Trianero, dio el grito de «¡Tierra!» desde la cofa de La Pinta. Al amanecer desembarcaron en una isla (Guananahí o Walting, en las Bahamas) que Colón bautizó San Salvador. Convencido de encontrarse en dominios del Gran Kan, el navegante recorrió el archipiélago en busca de riquezas. Pero sólo hallaron forestas tropicales y nativos desnudos. Luego de tocar la isla de Juana (Cuba), la Santa María encalló irremisiblemente en la costa de La Española (actual Haití).
Colón decidió aprovechar los restos de la nave para construir un precario fuerte, que bautizó Natividad por ser 25 de diciembre. Quedaron allí unos pocos voluntarios y el resto de la expedición emprendió el regreso el 4 de enero de 1493. El Almirante capitaneaba La Niña y ordenó gobernar al norte, rumbo aparentemente erróneo. Pero una vez más acertó, pues la corriente del golfo lo enfiló sin dificultad hacia la península, mientras La Pinta de Martín Alonso era desviada por un temporal. Arribaron el uno a Lisboa y el otro a Bayona (Galicia). Y en tanto Colón rechazaba las ofertas de Juan II de Portugal para apropiarse del descubrimiento, Pinzón, enfermo, moría poco después.
Los Reyes Católicos recibieron a Colón en Barcelona con gran pompa y ceremonia, sin dejarse convencer por las intrigas que ya se tejían contra él. Le confirmaron sus títulos y privilegios y por real cédula acrecentaron un castillo y un león más en su escudo de armas. Pero el Almirante sólo pensaba en regresar a las Indias, y esta vez con gran despliegue náutico. El 25 de septiembre de 1493 zarpó de Cádiz al frente de una poderosa flota de 1.500 tripulantes, con capitanes como Ponce de León, Pedro de Margarit o Bernal Díaz, eclesiásticos, cartógrafos y el hidalgo conquense Alonso de Ojeda, que llegaría a ser paradigma del conquistador temerario.
Este segundo viaje duró más de dos años y en él se exploraron las Pequeñas Antillas y las islas de Puerto Rico y Jamaica, además de bordear las costas de Cuba. El antiguo fuerte Natividad había sido arrasado por los indios, y Colón fundó un nuevo enclave que denominó La Isabela. Dejó allí como adelantado y gobernador a su hermano Bartolomé, no sin antes reprimir duramente a los nativos con la ayuda de Ojeda. En el ínterin, habían llegado a la península noticias, quizás interesadamente exageradas, sobre las arbitrariedades del Almirante y las matanzas de indígenas. Lo cierto es que Colón resultó tan torpe gobernante en tierra como insigne nauta en el mar. Pero los reyes, por el momento, mantuvieron su confianza y autorizaron un nuevo viaje «para enmendar los yerros» que pudiera haber cometido.
Seis carabelas partiron de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498, tripuladas en su mayor parte por penados. Tanto era el temor y la desconfianza que ya inspiraban las historias de mucho riesgo y poco beneficio que llegaban de las nuevas tierras. Esta tercera expedición fue la que llegó más al sur, circundando la isla Trinidad y avistando la desembocadura del Orinoco, en la actual Venezuela. Pero a Colón le acuciaba volver a La Española, tras una ausencia de treinta meses. Encontró allí un verdadero caos. El corregidor Francisco Roldán se había sublevado contra Bartolomé y Diego, apoyado por ex reclusos y caciques inamistosos, mientras las fuerzas regulares permanecían neutrales.
Incapaz de dominar la situación, el Almirante reclamó auxilio a la corona, reconociendo tácitamente sus desaciertos como virrey. Meses más tarde, tras nuevas bravatas de Roldán y excesos de los Colón, arribó el comisario real, Francisco de Bobadilla. Éste mandó apresar a los tres hermanos, que al llegar a la península permanecieron encarcelados en Cádiz. La historiografía actual entiende que la actuación de Bobadilla fue correcta, dadas las circunstancias. No obstante, los reyes ordenaron liberar a los detenidos, aunque privaron provisionalmente a Cristóbal Colón de la gobernación del Nuevo Mundo.
Tanto porfiaba el Almirante en volver que finalmente se le permitió embarcar, aunque con expresa prohibición de acercarse a La Española. En este cuarto y último viaje tocó las costas de Centroamérica (Panamá, Costa Rica, Nicaragua) y regresó cansado y enfermo para afincarse en Valladolid, donde (contra otro mito colónico) disfrutó de muy buenas rentas hasta que le sorprendió la muerte el 20 de mayo de 1506. Enterrado inicialmente en Sevilla, su hijo Diego trasladó sus restos años después a La Española (Santo Domingo), de la que era gobernador.
062-CRISTOBAL COLÓN-Ruggiero Romano

domingo, 26 de junio de 2011

061-HIPÓCRATES-Giovanni Pugliese Carratelli



(Llamado el Grande; Isla de Cos, actual Grecia, 460 a.C.-Larisa, id., 370 a.C.) Médico griego. Según la tradición, Hipócrates descendía de una estirpe de magos de la isla de Cos y estaba directamente emparentado con Esculapio, el dios griego de la medicina. Contemporáneo de Sócrates y Platón, éste lo cita en diversas ocasiones en sus obras. Al parecer, durante su juventud Hipócrates visitó Egipto, donde se familiarizó con los trabajos médicos que la tradición atribuye a Imhotep.
Aunque sin base cierta, se considera a Hipócrates autor de una especie de enciclopedia médica de la Antigüedad constituida por varias decenas de libros (entre 60 y 70). En sus textos, que en general se aceptan como pertenecientes a su escuela, se defiende la concepción de la enfermedad como la consecuencia de un desequilibrio entre los llamados humores líquidos del cuerpo, es decir, la sangre, la flema y la bilis amarilla o cólera y la bilis negra o melancolía, teoría que desarrollaría más tarde Galeno y que dominaría la medicina hasta la Ilustración.
Para luchar contra estas afecciones, el corpus hipocrático recurre al cauterio o bisturí, propone el empleo de plantas medicinales y recomienda aire puro y una alimentación sana y equilibrada. Entre las aportaciones de la medicina hipocrática destacan la consideración del cuerpo como un todo, el énfasis puesto en la realización de observaciones minuciosas de los síntomas y la toma en consideración del historial clínico de los enfermos.
En el campo de la ética de la profesión médica se le atribuye el célebre juramento que lleva su nombre, que se convertirá más adelante en una declaración deontológica tradicional en la práctica médica, que obliga a quien lo pronuncia, entre otras cosas, a «entrar en las casas con el único fin de cuidar y curar a los enfermos», «evitar toda sospecha de haber abusado de la confianza de los pacientes, en especial de las mujeres» y «mantener el secreto de lo que crea que debe mantenerse reservado».
Aunque inicialmente atribuida en su totalidad a Hipócrates, la llamada colección hipocrática es en realidad un conjunto de escritos de temática médica que exponen tendencias diversas, que en ciertos casos pueden incluso oponerse entre sí. Estos escritos datan, por regla general, del período comprendido entre los años 450 y 350 a.C., y constituyen la principal fuente a través de la cual es posible hoy hacerse una idea de las prácticas y concepciones médicas anteriores a la época alejandrina.
En esta colección, la llamada «Antigua medicina» es uno de los tratados más antiguos y más célebres y en él sugiere el autor, entre otras propuestas, investigar el origen del arte que practica, origen que halla en el deseo de ofrecer al ser humano un régimen de vida y, en especial, una forma de alimentación que se adapte de una manera completamente racional a la satisfacción de sus necesidades más inmediatas. Por este motivo, considera por ejemplo el aprendizaje de la correcta cocción de los alimentos como una primera manifestación de la búsqueda de una existencia mejor.
Por otro lado, los textos de la colección hipocrática demuestran sin lugar a dudas que la práctica de la observación precisa no era en el conjunto de la medicina griega una conquista de la época clásica, sino que más bien constituía una tradición sólidamente afianzada en el pasado y que a mediados del siglo V había alcanzado ya un notable nivel de desarrollo.
061-HIPÓCRATES-Giovanni Pugliese Carratelli

viernes, 24 de junio de 2011

060-LUMUMBA-María Elena Vela





Dirigente de la emancipación del Congo (Katako-Kombé, Kasai, 1925 - Elisabethville, Katanga, 1961). Procedente de una de las regiones más pobres del centro del Congo belga, se instaló en 1947 en la capital de la colonia, Léopoldville (la actual Kinshasa). Su educación fue autodidacta, tras haber sido expulsado de varias escuelas misionales. Pronto se hizo notar en los movimientos asociativos indígenas por su militancia en favor de ideales igualitarios, antiimperialistas y pacifistas.
Defraudado por las escasas posibilidades de acción social que le permitían las autoridades coloniales belgas, desde 1958 se orientó decididamente hacia la lucha por la descolonización del Congo; fue entonces cuando fundó el Movimiento Nacional Congolés, partidario de crear un Estado independiente y laico, cuyas estructuras políticas unitarias ayudaran a superar las diferencias tribales creando un sentimiento nacional.
En los años siguientes fue ganándose el aprecio de otros líderes nacionalistas africanos (como Nkrumah) y se impuso a los restantes dirigentes autóctonos del Congo con motivo de la Mesa Redonda de Bruselas que preparó el camino a la independencia (1960). Las elecciones de aquel mismo año dieron el triunfo a su movimiento, que demostró ser el único con implantación en todo el país.
Convertido en primer ministro por el triunfo electoral, Lumumba aceptó un compromiso cediendo la presidencia de la República al líder moderado Kasavubu, partidario de una organización federalista del Estado que dejara subsistir las peculiaridades regionales (1960). Aun así, no pudo impedir que la precipitada retirada del ejército belga diera paso al caos político y social, con motines, pronunciamientos militares, ataques a la población blanca y disturbios generalizados.
La rebelión fue especialmente grave en la región minera de Katanga, que se declaró independiente bajo el liderazgo de Tschombé; Lumumba denunció que esta secesión había sido promovida por el gobierno belga en defensa de los intereses de la compañía minera que explotaba los yacimientos de la región. Lumumba pidió ayuda a la ONU, que envió un pequeño contingente de «cascos azules» incapaces de restablecer el orden, pero rehusó inmiscuirse en lo que consideró un «asunto interno» del Congo.
Viéndose aislado, recurrió al apoyo de la Unión Soviética, con lo que amenazó directamente los intereses occidentales en el marco de la confrontación entre las superpotencias; un golpe de Estado militar protagonizado por el coronel Mobutu -aliado enseguida con el presidente Kasavubu- se hizo con el control del poder en todo el Congo occidental.
Lumumba fue destituido y apresado cuando intentaba reunirse con sus partidarios, fuertes en el este del país. Mobutu lo entregó a los rebeldes de Katanga, que no dudaron en asesinarle. Para la posteridad, Lumumba ha quedado como mártir del nacionalismo africano y de sus aspiraciones de paz y justicia social, inspirando la resistencia de un movimiento lumumbista en su propio país.
060-LUMUMBA-María Elena Vela

lunes, 20 de junio de 2011

059-SOLANO LOPEZ-León Pomer







(Asunción, 1827-Cerro Corá, 1870) Militar y político paraguayo. Hijo y sucesor de Carlos Antonio López, en la presidencia de su padre desempeñó importantes misiones políticas y diplomáticas y fue ministro de Guerra (1854) y vicepresidente. Elegido por el Congreso presidente de la República (1862-1869), llevó a cabo una política populista y promovió el desarrollo económico con miras a convertir el país en una potencia. Con el pretexto de oponerse a la intrusión de Brasil en los asuntos internos de Uruguay, dispuso la ocupación del Matto Grosso, pero Argentina, recelosa de sus ambiciones hegemónicas, impidió que el ejército paraguayo atravesase su territorio. El hecho fue suficiente para que Paraguay, en marzo de 1865, declarase la guerra a Argentina e iniciara su invasión. Este hecho, sumado al pacto firmado entre Argentina, Brasil y Uruguay, dio origen a la guerra de la Triple Alianza. Tras sucesivas derrotas tomó el mando de su ejército. Las negociaciones de paz (Yataity Corá, 1866) fracasaron, Paraguay fue bloqueado y López se rindió con unas condiciones que no fueron aceptadas por Brasil. Entonces, al mando de unos 15.000 hombres inició una desesperada resistencia. Murió en 1870 cuando combatía contra las fuerzas brasileñas.
La Guerra de la Triple Alianza fue una de esas empresas en la que todos los socios terminan en la ruina arrastrando consigo a la competencia. Ostensiblemente, sin embargo sólo el Paraguay terminó derrotado en ella. Y eso es incuestionable; es el episodio más traumático de toda su historia, fuente inagotable de mitología, hagiografía y propaganda populista de izquierda, derecha y centro. Los presuntos victoriosos de la contienda, Argentina y Brasil - el Uruguay fue siempre un socio menor que se limitó a enterrar sus muertos luego de las batallas sin recibir siquiera parte de los dudosos " premios " - hicieron descomunal sacrificio en la búsqueda de un objetivo elusivo que se dibujaba progresivamente y que al final resultó nimio, pues de la guerra no lograron algo inasequible por medios racionales. Para apropiarse de los territorios disputados por el Imperio no hubo necesidad alguna de embarcarse en una aventura bélica para la que nadie estaba preparado, pues el arte de la guerra de conquistas es un bien desconocido en la América Latina. Además, el valor real de los territorios así conquistados por las armas imperiales era muy inferior al costo total de la deuda externa, desequilibrio social, muertos y continuo subdesarrollo. Se quedaron los brasileños dueños de las inmensidades amazónicas, con miles de hectáreas de bosque virgen, omitiendo apropiarse de lo único que quizás hubiese justificado el esfuerzo - aunque anacrónicamente -, los Saltos del Guaira. Todo el drama actual de la deuda impaga e impagable de los brasileños a la Banca Internacional nació con la Guerra Grande condenándose así el país a ser un gigante, en potencia muy rico, pero realmente mendigo. La Guerra, iniciada por el exceso de romanticismo ensoñativo de Francisco Solano López, pero continuada por la tozudez irracional del Emperador Pedro II, terminó devorando a éste y a toda la estructura política cuyo eje era su propia persona. Terminadas las batallas, el Paraguay seguía siendo bravoso al Brasil, pues su ejército de ocupación hacía sangría de recursos, recibiendo a cambio el Imperio el dudoso honor de ser árbitro final de la siempre despelotada política paraguaya. Y aún con ese ejército, en el momento de tener que recibir sanción parlamentaria paraguaya el tratado Loizaga-Cotegipe, que concluía la Guerra y afirmaba la paz, los brasileños tuvieron que desembolsar oro a fin de obtener la aquiescencia guaraní. El Paraguay era en el siglo XIX un barril sin fondo para las finanzas brasileñas, le costó dinero al Brasil hacer la Guerra, le costó dinero lograr la paz y le costó dinero mantener las ambiciones argentinas a buen recaudo. A cambio de eso, el Imperio se contentó con unos kilómetros cuadrados de selva virgen. Obviamente, la reputación de habilidad y astucia con que muchos se empeñaban en revestir a la diplomacia luso-brasileña no fue ganada en el Paraguay el siglo pasado. El Paraguay fue un dolor de cabeza para el Brasil durante López; y después de López todo siguió igual.
La Argentina ni siquiera logró la extensión de territorio que codiciaba, por obra y gracia de su "aliado" el Brasil; y su economía, floreciente mientras la guerra devoraba productos, cae en una profunda depresión al finalizar ella, y no se recupera hasta el influjo masivo de inmigración europea que la convierte en potencia económica mundial. Esa era la Argentina proyectada por Bartolomé Mitre, el estadista más claro y exitoso de toda la historia rioplatense. De todos los contendientes, Mitre fue el único que tenía una meta clara, la unión y el fortalecimiento del estado argentino bajo el liderazgo económico e intelectual del puerto de Buenos Aires. Por medio siglo a partir de 1870, la argentina "mitrista" obtiene un grado de desarrollo económico similar al de los más avanzados países europeos y es capaz de competir ventajosamente con los propios Estados Unidos de América en la captación de inmigrantes europeos productivos. Desde la década del 30 del presente siglo se hicieron cargo de la conducción política argentina unos militares "nacionalistas" que en medio siglo lograron borrar el desarrollo económico y convirtieron al país en uno de los líderes mundiales del endeudamiento externo. Así, Mitre, acusado de "vender el país a los ingleses", realmente lo había convertido en aventajada potencia económica mundial y, muy irónicamente los nacionalistas con el ejército a la cabeza, que decían buscar independizar el país económicamente, lo convierten en deudores dependientes de la voluntad de los acreedores. La historia de Latinoamérica está plagada de éstas contradicciones.
059-SOLANO LOPEZ-León Pomer

sábado, 18 de junio de 2011

058-SALOMÓN-André Dupont-Sommer





(Jerusalén, actual Israel, h. 1000 a.C.-id., 931 a.C.) Rey de Israel (hacia 970-931 a.C.). Hijo del rey David y de Betsabé, fue ungido como soberano de los hebreos e instruido acerca de sus obligaciones por su padre, en detrimento de Adonías, su hermanastro mayor, quien aspiraba a la sucesión al trono de Israel.
A la muerte de David, Salomón, apoyado por su madre, el profeta Natán, el general Banaías y el sumo sacerdote Sadoc, dio muerte a sus adversarios políticos, Adonías y el general Joab, e inició un reinado caracterizado por un largo período de paz y unas buenas relaciones con los pueblos vecinos (Egipto, Arabia, Fenicia, Edom y Damasco), durante el cual el país experimentó un gran desarrollo económico y cultural.
La seguridad interna y el control de las vías de comunicación facilitaron una amplia expansión del comercio hebreo, especialmente el de los caballos, que desde Cilicia eran transportados a Egipto. Además, a fin de fomentar la actividad comercial, Salomón ordenó construir una flota que tenía su base en el puerto de Esionguéber, junto a Elat, a orillas del mar Rojo, y consolidó el poder político de Israel en la región desposándose con una de las hijas del faraón de Egipto y estrechando los lazos de amistad con Hiram I, rey de la ciudad de Tiro.
La prosperidad económica, por otra parte, permitió al monarca levantar en Jerusalén el gran templo que David había proyectado para cobijar el Arca de la Alianza y un suntuoso palacio real, construcciones en las cuales participó un gran número de técnicos extranjeros, como albañiles y broncistas de Tiro o carpinteros de Gebal, y para las que se importaron lujosos materiales procedentes de Fenicia.
Éstas y otras muchas obras públicas, así como los gastos de la corte, fueron sufragados mediante un pesado régimen tributario, sustentado en una reforma administrativa que dividía el país en doce distritos, cuya extensión variaba en función de la mayor o menor fertilidad del suelo y de la facilidad de comunicaciones.
Hacia el final de la vida de Salomón, no obstante, la elevada presión fiscal y la proliferación de cultos a divinidades foráneas (Astarté, Camos, Milcom o Moloc), introducidos por las numerosas mujeres extranjeras del monarca, crearon un creciente malestar popular, que estalló durante el reinado de Roboam, su hijo y sucesor, quien no pudo evitar la rebelión de diez de las doce tribus hebreas, todas excepto las de Judá y Benjamín, y la posterior escisión del país en dos reinos: el de Israel, al norte, con capital en Siquem, y el de Judá, al sur, con capital en Jerusalén (929 a.C.), que siguieron luego una evolución independiente, cuando no hostil.
A pesar de reprobar con dureza la permisividad de Salomón para con las prácticas paganas de buena parte de sus mujeres y considerar la división de Israel como un castigo divino por su idolatría, la tradición bíblica ha idealizado la figura del soberano, presentado como un hombre de gran sabiduría, paradigma de ponderación y justicia, en diversos pasajes de las Sagradas Escrituras, entre ellos el famoso Juicio de Salomón o la visita de la reina de Saba.
También le ha atribuido la autoría de diferentes libros sapienciales del Antiguo Testamento, como el Cantar de los Cantares, el Eclesiastés, el Libro de la Sabiduría, los Proverbios y los Salmos de Salomón, algunos de los cuales, sin embargo, parece que fueron compuestos con bastante posterioridad a la época salomónica.
058-SALOMÓN-André Dupont-Sommer

057-MARIANO MORENO-Sergio Bagú





Político y jurisconsulto argentino (Buenos Aires, 1778 - ?, 1811). Su padre deseaba que siguiese la carrera eclesiástica en la Universidad de Charcas, pero las limitaciones económicas de la familia lo impedían. Una recomendación del clérigo Felipe Tomas de Iriarte posibilitó el viaje, y en 1799 Moreno inició el largo trayecto a Charcas.
El canónigo Matías Terrazas lo alojó, costeó sus estudios y le facilitó su afamada biblioteca en la que tomó contacto con las ideas de la Ilustración, con las obras de Filangieri y Smith y con las tendencias reformadoras del derecho indiano. Tras completar los cursos de teología, en 1804 se graduó como abogado, actividad a través de la cual llegaría a ejercer en la Audiencia y el Cabildo en Buenos Aires (1805).
Relacionado con Martín de Alzaga y el partido español, apoyó la asonada del 1 de enero de 1809 contra el virrey Linniers. Sofocada ésta por la intervención del regimiento de Patricios comandado por Cornelio Saavedra y restituido Linniers, Moreno no fue perseguido ni molestado. Al hacerse cargo del virreinato Baltasar Hidalgo de Cisneros, le fue ofrecido a Moreno el puesto de oidor en los tribunales peninsulares, ofrecimiento que rechazó. Ese mismo año redactó la Representación de los hacendados, en donde defendió el libre cambio.
En vísperas de la revolución, Moreno siguió unido a Alzaga y al partido español. No participó de las reuniones secretas, pero sin duda era un hombre conocido y respetado por los revolucionarios. Al ser proclamada la primera Junta fue nombrado secretario y se reveló como un estratega. Desde ese cargo trató de extender y consolidar la revolución; sus ideas al respecto fueron plasmadas en el Plan de Operaciones. Fundó el periódico La Gaceta, la Biblioteca Nacional y tradujo El Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau.
Se consolidó como la figura más representativa de la facción radical (jacobina) de la revolución de mayo. En 1810, en un ataque directo a Saavedra (presidente de la Junta y líder de la facción moderada), firmó el decreto de Supresión de honores.
La tensión se agudizó aún más en el momento de la incorporación de los diputados provinciales; Moreno se opuso porque entendía que la revolución estaba en peligro dado el escaso compromiso de éstos con el proyecto emancipador. No tuvo éxito y renunció. Saavedra lo destinó a una misión en Londres, pero murió durante el trayecto.
057-MARIANO MORENO-Sergio Bagú

viernes, 17 de junio de 2011

056-MICHELET-Claude Mettra



(París, 1789-Hyères, 1874) Historiador francés. Participó en las revoluciones de 1830 y 1848. Profesor del Colegio de Francia (1838), fue destituido de esta cátedra y de su cargo como director de los Archivos Nacionales por su oposición a Napoleón III. Obras principales: Historia de Francia (1833-1867), Historia de la Revolución francesa (1847-1853), Historia del s. XIX (1872-1875).
Nació en París, en una familia calvinista (hugonotes). Su padre era maestro de imprenta, aunque no muy próspero, y Jules le ayudaba en el trabajo de impresión. Le habían ofrecido un puesto en la imprenta imperial, pero su padre lo envió al célebre colegio de Lycée Charlemagne, donde fue alumno destacado. Aprobó el examen universitario en 1821, y fue rápidamente nombrado profesor de historia en el Collège Rollin. Se casó poco después, en 1824.
Este fue uno de los períodos más favorables para los eruditos y los hombres de letras de Francia, y Michelet tenía padrinos poderosos en Abel-François Villemain y Victor Cousin, entre otros. Aunque era un político apasionado (habiendo adoptado desde la infancia el republicanismo y una versión especial de libre-pensador romántico), Michelet era sobre todo un hombre de letras y un investigador de historia. Sus primeras obras fueron textos escolares. Entre 1825 y 1827, produjo diversos esbozos, tablas cronológicas, etc, de la historia moderna.
El mismo año de 1827, fue nombrado "maestro de conferencias" en la Escuela Normal Superior de París. Cuatro años después, en 1831, su Introduction à l'histoire universelle muestra un estilo muy distinto, exhibiendo la idiosincrasia y el poder literario del escritor, desplegando también las cualidades de visionario especializado que hacen a Michelet más estimulante, aunque menos digno de confianza como historiador. Expone su visión de la historia como un largo combate de la libertad contra la fatalidad.
Los eventos de 1830 lo situarán en una posición mejor para desarrollar sus estudios, al obtener un puesto en los Archivos Nacionales, así como un título de asistente del profesor François Guizot en la facultad de literatura de la Universidad de la Sorbona.
Poco después, Michelet inicia su principal obra monumental, su Histoire de France, que tardó treinta años en completar. Acompaña al mismo tiempo la producción de numerosos títulos adicionales, tales como
* Œuvres choisies de Vico (1835)
* Mémoires de Luther écrits par lui-même(1835)
* Origines du droit français(1837)
* Histoire romaine : république (1839)
* Le Procès des Templiers (1841)
1838 fue un año muy importante en la vida de Michelet. Estaba en la plenitud de sus poderes, sus estudios habían alimentado su aversión natural por el principio de autoridad y las prácticas eclesiásticas, y en un momento en el que la actividad revivida de los jesuitas es causa de alarma real e imaginada, se le nombra a la cátedra de historia del Collège de France. Auxiliado por su amigo Edgar Quinet, inicia una violenta polémica contra el orden impopular y los principios que este representa, una polémica que situó sus conferencias entre las más celebradas de la época. Los textos de estas conferencias más religiosas que históricas o literarias, aparecieron en tres volúmenes:
* Des jésuites en colaboración con Edgar Quinet (1843)
* Du prêtre, de la femme et de la famille (1845)
* Le peuple (1846)
Estos libros no despliegan el estilo apocalíptico, parcialmente copiado de Lamennais, que caracteriza las últimas obras de Michelet, pero contienen en miniatura casi todas sus ideas sobre la ética, la política y la curiosidad religiosa --una mezcla de sentimentalismo, comunismo, anticlericalismo, apoyado por los argumentos más excéntricos, pero ungidos de una gran dosis de elocuencia.
Castillo de Vascœuil en Eure, donde Michelet, pasó una parte de su vida.
Los principios de la insurrección de 1848 están en el aire, y Michelet es uno de tantos que los condensan y propagan: sus originales conferencias eran de un estilo tan incendiario que el curso tuvo que ser censurado.
Sin embargo, cuando la revolución se desencadena, Michelet, a diferencia de otros hombres de letras, decide no involucrarse en la política activa, y en cambio se dedica más vigorosamente a su trabajo literario. Además de seguir con su gran historia, emprende y termina, entre la caída de Luis Felipe y el establecimiento final de Napoleón III, una entusiasta Histoire de la Révolution française. A pesar de su entusiasmo, o quizá por eso mismo, éste no es de ninguna manera el mejor libro de Michelet. Los eventos están demasiado cerca y son demasiado bien conocidos, como para aceptar las agudezas pintorescas que forman el encanto y el peligro de sus obras más grandes. En su carácter pintoresco y la precisión del cuadro presentado, este libro no se acerca al de Thomas Carlyle, y como simple crónica de los eventos es inferior a media docena de historias prosaicas más viejas y más recientes.
Tras el golpe de estado de 1851, Michelet pierde su posición en los Archivos, por negarse a rendir honores al Imperio. Pero el nuevo régimen no hizo sino revivir su fervor republicano, y su segundo matrimonio (con Adèle Malairet, una dama con ciertas capacidades literarias y de simpatías republicanas) parece haber estimulado aún más su poder. Al tiempo que continúa trabajando en su obra histórica monumental, emprende una serie de pequeños libros extraordinarios que le acompañarán y diversificarán. A veces se trata de versiones extendidas de ciertos episodios, a veces se puede decir que se trata de comentarios o volúmenes anexos. En algunos de los mejores, sobre las ciencias naturales, un tema nuevo para él, seguramente motivado por su esposa, llena el texto. El primero (y de ninguna manera el mejor) es Les Femmes de la révolution (1854), en el que su habilidad natural e inimitable por el ditirambo lo lleva con frecuencia a formular argumentos tediosos y no muy claros, y a sermonear. En el siguiente, L'Oiseau (1856), se presenta una vena novedosa y muy exitosa. El tema de la historia natural es tratado, no desde el mero punto de vista de la ciencia, ni del sentimentalismo, ni de la anécdota, sino del ferviente panteísmo democrático del autor, y el resultado, como era de esperar, fue con frecuencia excelente.
Otras obras de este periodo incluyen L'Amour (1859), La Femme (1860), La Mer (1861) y Bible de l'humanité (1864). Otras dos colecciones notables son Les Soldats de la révolution y Légendes démocratiques du nord.
La publicación de esta serie de libros, y la terminación de su historia, ocuparon a Michelet durante las dos décadas del Imperio. Residió una parte del tiempo en Francia y otra en Italia, acostumbrando a pasar los inviernos en la Riviera Francesa, principalmente en Hyères. Por fin, en 1867, la gran obra de su vida es terminada. En la edición habitual llena 19 tomos. El primero de estos trata de la historia antigua hasta la muerte de Carlomagno, el segundo de la próspera época de la Francia feudal, el tercero del Siglo XIII, el cuarto, el quinto y el sexto de la Guerra de los Cien Años, el séptimo y el octavo del establecimiento del poder rural bajo Carlos VII y Luis XI. Los Siglos XVI y XVII ocupan cuatro volúmenes cada uno, gran parte de los cuales está conectado de manera distante con la historia francesa propiamente, especialmente los volúmenes titulados Renaissance y Reforme. Los últimos tres volúmenes contienen la historia del Siglo XVIII y el estallido de la revolución.
Michelet es probablemente el primer historiador en dedicarse a algo así como una historia pintoresca de la Edad Media, y su narración sigue siendo la más viva que existe. Su investigación en manuscritos y textos impresos fue de lo más laboriosa, pero su imaginación y sus fuertes prejuicios religiosos y políticos, lo hicieron ver todas estas cosas desde un singular punto de vista. Incidentes históricos son tratados desigualmente. Intransigentemente hostil al imperio como era Michelet, su caída y los desastres subsecuentes lo volvieron a estimular a la actividad. No solo escribió cartas y panfletos durante su lucha, sino que trató de culminar su obra con una Histoire du XIXe siècle pero no viviría lo suficiente para llegar más allá de la Batalla de Waterloo, y la mejor crítica de esta es probablemente la contenida en la entrada de la introducción al último volumen --"l'âge me presse." (es decir, "la edad me apresura") La nueva república no fue una restauración completa para Michelet, y su profesorado en el Collège de France no le fue devuelto, aún cuando él argüía que nunca le fue retirado formalmente.
Su libro Origines du droit français, cherchées dans les symboles et les formules du droit universel fue editado por Émile Faguet en 1890 y la segunda edición apareció en 1900. Véase: G Monod, Jules Michelet: Études sur la vie et ses œuvres (París, 1905).
A su muerte, en 1874, Jules Michelet fue enterrado en el Cementerio Le Père Lachaise de París.
056-MICHELET-Claude Mettra

jueves, 16 de junio de 2011

055-LENIN-Christopher Hill




Vladimir Ilyich Lenin nació el 10 de abril 1870 en Simbirsk, Rusia, y fue un reconocido líder revolucionario ruso, cabeza del grupo bolchevique, político comunista, principal dirigente de la Revolución del llamado octubre rojo y presidente de la U.R.S.S.
Hijo de Iliá Nikoláyevich Uliánov, director de escuelas, quien más tarde trabajó como Consejero de Estado del Zar Nicolás II.
Desde muy chico ya hacía ver su amor incondicional por el estudio, demostrando día a día su don de pensamiento elaborado y profundo. Sus profesores aseguraron que Lenin, siempre fue "Muy dotado, pulcro y estudioso, primero en todas las materias, cierta tendencia a aislarse y a la reserva".
En 1886 falleció su padre a causa de una hemorragia cerebral. La tragedia no terminó ahí, pues un año después, su hermano mayor, Aleksandr Uliánov, fue fusilado acusado de atentar contra el Zar.
Ese mismo año, Lenin finalizó con sus estudios en el Liceo de Simbirsk e ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Kazán. Es allí donde comenzó a tener cercanía con distintos grupos revolucionarios. El 7 de diciembre de 1887, fue deportado a un pueblo de la provincia de Kazán y puesto bajo vigilancia policial por su demostrada ideología revolucionaria.
En el año 1892, el político ruso se recibió en la Universidad de San Petersburgo, y comenzó a ejercer como pasante de abogado en Samara. Mientras hizo frente a distintos problemas burocráticos que retenían su certificado que le daba derecho a ejercer la abogacía, Lenin aprovechó su tiempo para escribir algunos textos en contra de los populistas.
Dos años después, se trasladó a Moscú, en donde continuó trabajando en su plano teórico, escribiendo varias de sus obras más leídas, como "Amigos del pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas" y "El contenido económico del populismo", además de redactar varias críticas en "El libro del señor Struve".
Luego de ser apresado por su ideología y desterrado a Siberia, Lenin contrajo matrimonio con Krúpskaya.
Una vez comenzada la Primera Guerra Mundial, la figura política de Lenin comenzó a expandirse a velocidades vertiginosas, convirtiéndose en una figura clave en Rusia.
En 1915, Lenin intentó convencer a los representantes de que hagan propia la consigna: "Transformar la guerra imperialista en guerra civil", aunque no tuvo éxito.
Con la Primera Guerra Mundial, el pueblo ruso se vio sumergido en la pobreza y en el totalitarismo de los zares que ya no tenía razón de ser. Es en el año 1917, el pueblo se unió al grito de "¡Viva la libertad y el pueblo!" y se organizó en soviets, quienes fueron apoyados por los regimientos de la misma guardia imperial, quienes desterraron al régimen zarista.
Una vez que Lenin regresó a Rusia, luego de varios años de exilio, se encontró con una multitud que lo esperaba en la capital de su país para dale la bienvenida como a un héroe. A pesar de esto, Lenin, terminó su discurso de la estación con un desafiante "¡Viva la revolución socialista internacional!".
Desde ese momento se comenzó a gestar una revolución en contra del gobierno capitalista encabezado por una parte de los sectores burgueses de la Rusia post-zarista. Para evitar dicho golpe por parte de los seguidores de Lenin, la presidencia del gobierno provisional pasó a manos Kerenski, quien ordenó inmediatamente que detuvieran a Lenin y el mismo se vio obligado a huir nuevamente hacia Finlandia.
Rusia estaba cada vez peor política y socialmente. Esto le sirvió a Lenin, junto a su colega Trotski, para comenzar con la sublevación armada. El 7 de Octubre las masas asaltaron el palacio de Invierno y derrocaron a Kerenski del poder. En ese momento, Lenin comenzó a ser el nuevo jefe de gobierno, proclamado por el pueblo.
Luego de combatir varios años en la guerra civil rusa, que se cobro miles de víctimas, Lenin sufrió un ataque que le impidió el habla y el movimiento de las extremidades derechas. Finalmente el 21 de enero de 1924, luego de padecer una hemorragia cerebral, el líder revolucionario ruso murió en la capital de su país.
Lenin fue embalsamado y depositado en un mausoleo de la plaza Roja.
055-LENIN-Christopher Hill

martes, 14 de junio de 2011

054-MAQUIAVELO-Sergio Bertelli





Nicolás Maquiavelo (en italiano Niccolò di Bernardo dei Machiavelli) (Florencia, 3 de mayo de 1469 - Florencia, 21 de junio de 1527) fue un diplomático, funcionario público, filósofo político y escritor italiano. Fue asimismo una figura relevante del Renacimiento italiano. En 1513 publicó su tratado de doctrina política titulado El Príncipe.
Nicolás Maquiavelo nació en el pequeño pueblo de San Casciano in Val di Pesa, a unos quince kilómetros de Florencia el 3 de mayo de 1469, hijo de Bernardo Machiavelli (abogado perteneciente a una empobrecida rama de una antigua familia influyente de Florencia) y de Bartolomea di Stefano Nelli, ambos de familias cultas y de orígenes nobiliarios pero con pocos recursos a causa de las deudas del padre.
Entre 1494 y 1512 Maquiavelo estuvo a cargo de una oficina pública. Viajó a varias cortes en Francia, Alemania y otras ciudades-estado italianas en misiones diplomáticas. En 1512 fue encarcelado por un breve periodo en Florencia, y después fue exiliado y despachado a San Casciano. Murió en Florencia en 1527 y fue sepultado en la Santa Cruz.
[editar] Biografía detallada
Su vida podría ser dividida en tres periodos; cada uno de ellos representa en sí mismo la historia de Florencia. Su juventud coincidió con la grandeza de Florencia como potencia italiana, bajo el mandato de Lorenzo de Médici, El Magnífico. La caída de los Médici en Florencia ocurrió en 1494, el mismo año en el que Maquiavelo se integraba en el servicio público. Durante su carrera como oficial, Florencia fue libre bajo el gobierno de una república, la cual duró hasta 1512, cuando los Medici regresaron al poder, y Maquiavelo perdió su puesto. Los Medici gobernaron Florencia desde 1512 hasta 1527, cuando fueron nuevamente retirados del poder. Este fue el período de actividad literaria de Maquiavelo, y también de su creciente influencia; sin embargo, murió a semanas de la expulsión de los Medici, el 21 de junio de 1527, a los cincuenta y ocho años, sin haber recuperado su cargo.
Aunque se tienen pocos registros de la juventud de Maquiavelo, la Florencia de aquellos días era tan bien conocida que es fácil imaginar el ambiente en el que el joven ciudadano se desenvolvía. Florencia era una ciudad con dos corrientes opuestas, una representada por el austero Girolamo Savonarola y la otra por Lorenzo, amante del esplendor. Aunque el poder de Savonarola sobre las fortunas florentinas era inmenso, no parece haber sido muy importante para Maquiavelo puesto que sólo lo menciona en El Príncipe como un malogrado profeta desarmado. Por otra parte, la magnificencia del mandato de Lorenzo impresionó fuertemente a Maquiavelo, llegando incluso a dedicar El Príncipe al nieto de Lorenzo. Maquiavelo fue considerado uno de los grandes escritores en su colegio. Era un escritor y fue un militar muy reconocido que influyó en el humanismo.
En el segundo periodo de su vida surgió en el servicio militar Libre de Florencia, la cual pasó de la expulsión de los Médici en 1494 cuando Maquiavelo tenía 25 años, y duró hasta el regreso de los Médici (familia que posee mayor poder económico en Florencia), en 1512. Después de servir cuatro años en una oficina pública como secretario, fue nombrado Canciller y Secretario de la Segunda Cancillería. Tomó un rol importante en los asuntos de la república, habiendo quedado sus decretos, sus registros y sus despachos para guiarnos, así como sus propios escritos. Pese a que tuvo posiciones altas en el panorama público y político, él las evitaba ya que aceptaba cualquier tipo de trabajo a cambio de poco sueldo.
Su primera misión fue en 1499, para Caterina Sforza. "Mi dama de Forli" en El Príncipe, de cuya conducta y suerte, Maquiavelo extrajo la moraleja: de que es mejor ganar la confianza de la gente que confiar en la fuerza. Será un concepto muy importante para Maquiavelo, y es señalado en muchas formas como de vital importancia para aquellos que quieran ostentar el poder.
En 1500 fue enviado a Francia para convencer a Luis XII la conveniencia de continuar la guerra contra Pisa. Será éste el rey que, en su política con respecto a Italia, comete los cinco errores capitales del poder resumidos en El Príncipe.
La vida pública de Maquiavelo estuvo enmarcada en sucesos surgidos por la ambición del papa Alejandro VI y de su hijo, César Borgia, el duque Valentino; ambos personajes ocupan un gran espacio en El Príncipe. Maquiavelo no vacila en citar las acciones del duque en beneficio de los usurpadores que quieren quedarse con los estados que conquistan; de hecho, Maquiavelo no encuentra mejores preceptos que enseñar que los patrones de conducta de César Borgia. Por ello, para algunos críticos, César es el "héroe" de El Príncipe. Aun así, el duque es señalado en El Príncipe como el tipo de hombre que crece con la fortuna de otros, y cae de la misma manera; quien toma el rumbo que podría esperarse de cualquier hombre prudente, excepto el curso que lo salvará; quien está preparado para todas las eventualidades, excepto para la que finalmente llega; y quien, cuando sus habilidades le son insuficientes para solucionar un problema, exclama que no ha sido su culpa, sino la de una extraordinaria e imprevista fatalidad. César Borgia también era un gran humanista y contrató a Leonardo Da Vinci para que le realizara varias pinturas. En diversas ocasiones, Maquiavelo coincidió con Leonardo, manteniendo con él largas conversaciones.
A la muerte de Alejandro VI, en 1503, Maquiavelo fue enviado a observar la elección del sucesor, y ahí se da cuenta de las maniobras de César Borgia para forzar la elección de Giuliano delle Rovere (Papa Julio II), que era uno de los cardenales que más temían al duque. Maquiavelo, al comentar esta elección, dice: que aquel que piense que los favores harán que los grandes personajes olviden ofensas pasadas se engaña a sí mismo. Y así, Julio II no descansó hasta ver a César en la ruina.
Precisamente fue con Julio II con el que Maquiavelo cumplió su encargo en 1506, al mismo tiempo que el pontífice comenzaba su cruzada en contra de Bolonia; una campaña que resultó ser solo una más de sus exitosas aventuras, gracias en gran parte a su carácter impetuoso. Con respecto al Papa Julio II, Maquiavelo nos presenta las semejanzas que existen entre la Fortuna y las mujeres. Y concluye que el osado, y no el cauteloso, es el que conquistará a ambas.
En 1507 lo destinaron a Alemania como diplomático para parlamentar con el emperador Maximiliano I sobre las medidas expansionistas que quería adoptar dicho emperador. Maximiliano, sorprendido por la inteligencia y elocuencia de Maquiavelo, fue convencido a no invadir territorios italianos y menos aún Florencia, que era la intención que tenía el emperador. Sobre los alemanes concretamente, Maquiavelo dijo: los alemanes son una grandísima fuerza militar, pero tienen y tendrán una política muy débil.
Busto de Maquiavelo.
El emperador Maximiliano fue uno de los hombres más interesantes de la época, y su carácter había sido moldeado por múltiples manos; pero Maquiavelo revela el secreto de las constantes fallas del emperador cuando lo describe como un hombre retraído, sin fuerza de carácter, y sin los arrestos necesarios para llevar a cabo sus planes, o insistir en el cumplimiento de sus deseos.
Otros personajes fueron estudiados por Maquiavelo. Maquiavelo, por ejemplo, retrató a Fernando II de Aragón como el hombre que conseguía grandes conquistas bajo el manto protector de la religión, pero que en realidad desconocía los principios de la piedad, la fe, la humanidad y la integridad; sin embargo, para Maquiavelo, poco hubiese alcanzado Fernando de Aragón si alguna vez se hubiese dejado influir por dichos principios.
Los demás años de Maquiavelo en el servicio público transcurrieron alrededor de los eventos surgidos a partir de la Liga de Cambrai, formada en 1508 entre las tres grandes potencias europeas y el papa, con el objeto de destruir a la República Veneciana. Después de la batalla de Agnadello, Venecia perdió en un día todo lo ganado en ochocientos años. A raíz de esta batalla surgió un problema entre el papa y Francia, que dejó a Florencia desprotegida y a merced del papa. Éste impuso el regreso de los Medici el primero de septiembre de 1512. La consecuente caída de la república provocó el despido de Maquiavelo del servicio público y el fin de su carrera como oficial.
Al regreso de los Medici, Maquiavelo, quien había mantenido esperanzas de retener su puesto bajo el mandato de los nuevos amos de Florencia, fue despedido por decreto el 7 de noviembre de 1512. Fue apresado y torturado al pertenecer a una conspiración contra los tiranos Médici, junto con su amigo Giovanni Battaini y 20 personas más. El nuevo pontífice, León X, medió para liberarlo y Maquiavelo se retiró a su pequeña propiedad en San Casciano in Val di Pesa, a unos quince kilómetros de Florencia. Aquí malvive talando un bosque de su propiedad junto con unos obreros contratados y sobrevive con este pesado trabajo. También se dedica a la agricultura y a la ganadería y convivía con los obreros, con ellos comía, jugaba y hablaba, para sentirse vivo. Sus amigos de la ciudad le dan la espalda. Pero aunque son los peores años de su vida, Maquiavelo tiene en las noches su espacio para la libertad y el bienestar. Cada noche se desvestía de sus vestimentas de trabajo y se ponía trajes de cuando su servicio civil. Una vez así ataviado leía a Dante, a Petrarca y a Ovidio y fue entonces en aquellas solitarias cuando empieza a dedicarse en cuerpo y alma a la literatura. Logró escribir ocho libros escritos la mayoría con una prosa ágil y clara entre 1513 y 1525. En una carta a Francesco Vettori, fechada en diciembre de 1513, dejó una descripción interesante de su vida en ese período, y un esbozo de sus motivos para escribir El Príncipe.
Llegó a dar una réplica El Príncipe a los Médicis, pero estos lo despreciaron. Maquiavelo escribe su segunda obra de más importancia en su bibliografía llamada Discursos de la primera década de Tito Livio, donde muestra Nicolás Maquiavelo su verdadera visión política, describiendo como mejor forma de gobierno una república y no una monarquía absoluta entre otras cosas más importantes. Luego realiza Discurso sobre el Arte de la Guerra y su comedia La mandrágora. Pese a ser años de penuria en donde su mente sufría, Maquiavelo sacó lo mejor de su talento.
Pese a recibir la amnistía en 1521, es acusado poco después de este hecho por ser falsamente involucrado en una conspiración de golpe de estado contra los Médici. De nuevo es torturado y apresado, pero por poco tiempo ya que consigue la liberación y le mandan que logre la liberación de unos trabajadores de la lana que habían sido secuestrados por un grupo de malhechores. Maquiavelo logró la liberación y fue pagado con una buena cantidad de dinero por el gremio de la lana. Con una parte de este dinero compra un billete de lotería y le tocan 20.000 ducados en dicha lotería, con los que paga diversas deudas y se pone al día. Trabaja en la academia humanista de Bernardo Rucellai, traduciendo la obra griega de Polibio, de la que recoge muchas ideas sobre el gobierno en república. El nuevo papa Júlio de Medici Clemente VII, lo vuelve a acercar a la política y le encarga a Maquiavelo una obra sobre la Historia de Florencia. Maquiavelo acepta y es pagado con 120 florines, pero es acusado de ser partidario de los Médicis, algo absurdo, por haber sido acusado de preparar un golpe de estado contra ellos, y de nuevo denostado por la opinión pública.
Murió olvidado y dejado en 1527. Dejó un gran legado que tuvo más éxito en siglos posteriores que en la época en la que le tocó vivir, ya que aunque él nunca quiso predecir el futuro, lo consiguió estudiando el presente. Defendió la colectividad a la individualidad y siempre dijo la cruenta y única verdad sobre la política y de sus gobernantes.
054-MAQUIAVELO-Sergio Bertelli

lunes, 13 de junio de 2011

053-PROUST-Maurice E. Beutler


Click en los libros para el enlace a "En Busca de Tiempo perdido" (Completo-Trducción correspondiente a la edición de Ed. Aguilar)



París, 1871-id., 1922) Escritor francés. Hijo de Adrien Proust, un prestigioso médico de familia tradicional y católica, y de Jeanne Weil, alsaciana de origen judío, dio muestras tempranas de inteligencia y sensibilidad. A los nueve años sufrió el primer ataque de asma, afección que ya no le abandonaría, por lo que creció entre los continuos cuidados y atenciones de su madre. En el liceo Condorcet, donde cursó la enseñanza secundaria, afianzó su vocación por las letras y obtuvo brillantes calificaciones. Tras cumplir el servicio militar en 1889 en Orleans, asistió a clases en la Universidad de La Sorbona y en la École Livre de Sciences Politiques. Durante los años de su primera juventud llevó una vida mundana y aparentemente despreocupada, que ocultaba las terribles dudas que albergaba sobre su vocación literaria. Tras descartar la posibilidad de emprender la carrera diplomática, trabajó un tiempo en la Biblioteca Mazarino de París, decidiéndose finalmente por dedicarse a la literatura. Frecuentó los salones de la princesa Mathilde, de Madame Strauss y Madame de Caillavet, donde conoció a Charles Maurras, Anatole France y Léon Daudet, entre otros personajes célebres de la época. Sensible al éxito social y a los placeres de la vida mundana, el joven Proust tenía, sin embargo, una idea muy diferente de la vida de un artista, cuyo trabajo sólo podía ser fruto de «la oscuridad y del silencio». En 1896 publicó Los placeres y los días, colección de relatos y ensayos que prologó Anatole France. Entre 1896 y 1904 trabajó en la obra autobiográfica Jean Santeuil, en la que se proponía relatar su itinerario espiritual, y en las traducciones al francés de La biblia de Amiens y Sésamo y los lirios, de John Ruskin. Después de la muerte de su madre (1905), el escritor se sintió solo, enfermo y deprimido, estado de ánimo propicio para la tarea que en esos años decidió emprender, la redacción de su ciclo novelesco En busca del tiempo perdido, que concibió como la historia de su vocación, tanto tiempo postergada y que ahora se le imponía con la fuerza de una obligación personal. Anteriormente, había escrito para Le Fígaro diversas parodias de escritores famosos (Saint-Simon, Balzac, Flaubert), y comenzó a redactar Contre Sainte-Beuve, obra híbrida entre novela y ensayo con varios pasajes que luego pasarían a En busca del tiempo perdido. Consumado su aislamiento social, se dedicó en cuerpo y alma a ese proyecto; el primer fruto de ese trabajo sería Por el camino de Swann (1913), cuya publicación tuvo que costearse él mismo ante el desinterés de los editores. El segundo tomo, A la sombra de las muchachas en flor (1918), en cambio, le valió el Premio Goncourt. Los últimos volúmenes de la obra fueron publicados después de su muerte por su hermano Robert. La novela, que el mismo Proust comparó con la compleja estructura de una catedral gótica, es la reconstrucción de una vida, a través de lo que llamó «memoria involuntaria», única capaz de devolvernos el pasado a la vez en su presencia física, sensible, y con la integridad y la plenitud de sentido del recuerdo, proceso simbolizado por la famosa anécdota de la magdalena, cuyo sabor hace renacer ante el protagonista una época pasada de su vida. El tiempo al que alude Proust es el tiempo vivido, con todas las digresiones y saltos del recuerdo, por lo que la novela alcanza una estructura laberíntica. El más mínimo detalle merece el mismo trato que un acontecimiento clave en la vida del protagonista, Marcel, réplica literaria del autor; aunque se han realizado estudios para contrastar los acontecimientos de la novela con la vida real de Proust, lo cierto es que nunca podrían llegar a confundirse, porque, como afirma el propio autor, la literatura comienza donde termina la opacidad de la existencia. El estilo de Proust se adapta perfectamente a la intención de la obra: también la prosa es morosa, prolija en detalles y de períodos larguísimos, laberínticos, como si no quisiera perder nada del instante. La obra de Proust, junto a la de autores como Joyce o Faulkner, constituye un hito fundamental en la literatura contemporánea.
053-PROUST-Maurice E. Beutler

sábado, 11 de junio de 2011

052-NAPOLEÓN-Walter Markov





Napoleón Bonaparte nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio (Córcega) y recibió el nombre de Napoleone. Era el segundo de los ocho hijos de Carlos Bonaparte y Letizia Ramolino, miembros ambos de la pequeña burguesía corso-italiana. Gracias a la influencia de su padre, la formación de Napoleón en Brienne y en la Escuela Militar de París estuvo subvencionada por el propio rey Luis XVI. Una vez que dio comienzo la Revolución Francesa, pasó a ser teniente coronel de la Guardia Nacional corsa (1791); sin embargo, cuando Córcega declaró su independencia en 1793, Bonaparte, decididamente partidario del régimen republicano, huyó a Francia con su familia. Napoleón fue nombrado comandante del ejército francés en Italia en 1796. Derrotó sucesivamente a cuatro generales austriacos cuyas tropas eran superiores en número, y obligó a Austria y sus aliados a firmar la paz. El Tratado de Campoformio estipulaba que Francia podía conservar los territorios conquistados, en los que Bonaparte fundó, en 1797, la República Cisalpina (Venecia), la República Ligur (Génova) y la República Transalpina (Lombardia), y fortaleció su posición en Francia enviando al Tesoro millones de francos. Napoleón decidió abandonar a su ejército y regresar a Francia para salvar el país ante la crisis del Directorio. La legislación civil francesa quedó tipificada en el Código de Napoleón y en otros seis códigos que garantizaban los derechos y libertades conquistados durante el periodo revolucionario, incluida la igualdad ante la ley y la libertad de culto.Gran Bretaña, irritada por la hostilidad de las acciones de Napoleón, reanudó la guerra naval con Francia en abril de 1803. Dos años después, Rusia y Austria se unieron a Gran Bretaña en la Tercera coalición. Napoleón descartó su plan de invadir Inglaterra y dirigió sus ejércitos contra las fuerzas austro-rusas, a las que derrotó en la batalla de Austerlitz el 2 de diciembre de 1805. Conquistó el reino de Nápoles en 1806 y nombró rey a su hermano mayor, José; se tituló rey de Italia (1805), desintegró las antiguas Provincias Unidas (hoy Países Bajos), que en 1795 había constituido como República de Batavia, y fundó el reino de Holanda, al frente del cual situó a su hermano Luis, y estableció la Confederación del Rin (que agrupaba a la mayoría de los estados alemanes) que quedó bajo su protección. Napoleón aniquiló al ejército prusiano en Jena y Auerstedt (1806) y al ruso en Friedland. Durante este tiempo Bonaparte había impuesto el Sistema Continental en Europa, que consistía en un bloqueo sobre las mercancías británicas con el propósito de arruinar el poderoso comercio de Gran Bretaña. Conquistó Portugal en 1807 y en 1808 nombró a su hermano José rey de España, tras lograr la abdicación de Fernando VII en Bayona e invadir el país, dejando Nápoles como recompensa para su cuñado, Joachim Murat..El Código Napoleónico se implantó en todos los Estados creados por el Emperador. Para América Latina, la figura de Napoleón Bonaparte es fundamental.La alianza de Bonaparte con el zar Alejandro I quedó anulada en 1812 y Napoleón emprendió una campaña contra Rusia que terminó con la trágica retirada de Moscú. Después de este fracaso, toda Europa se unió para combatirle y, aunque luchó con maestría, la superioridad de sus enemigos imposibilitó su victoria. Sus mariscales se negaron a continuar combatiendo en abril de 1814. Al ser rechazada su propuesta de renunciar a sus derechos en favor de su hijo, hubo de abdicar, permitiéndole conservar el título de emperador y otorgándosele el gobierno de la isla de Elba. María Luisa y su hijo quedaron bajo la custodia del padre de ésta, el emperador de Austria Francisco I, y Napoleón no volvió a verlos nunca, a pesar de su dramática reaparición. Marchó a Rochefort donde capituló ante el capitán del buque británico Bellerophon. Fue recluido entonces en Santa Elena, una isla en el sur del océano Atlántico. Permaneció allí hasta que falleció el 5 de mayo de 1821.La influencia de Napoleón sobre Francia puede apreciarse incluso hoy en día. Su espíritu pervive en la constitución de la V República y el Código de Napoleón sigue siendo la base de la legislación francesa y de otros estados, y tanto el sistema administrativo como el judicial son esencialmente los mismos que se instauraron durante su mandato; igualmente se mantiene el sistema educativo regulado por el Estado. Las reformas radicales que aplicó Napoleón en otras partes de Europa alentaron las sucesivas revoluciones del siglo XIX de carácter liberal y nacionalista.Aparte de su importancia como transmisor de las ideas e instituciones revolucionarias a Europa, lo que, avanzado el siglo XIX consagraría a esta centuria como el periodo paradigmático de las revoluciones liberales, Napoleón dejó una inigualada impronta como un genio militar. Cuando se encontraba exiliado en Santa Elena dijo "Waterloo borrará de la memoria todas mis victorias", pero se equivocaba. Napoleón es recordado más por sus dotes como estratega que por su gobierno ilustrado.
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Uno de los mayores creadores de toda la historia del arte y, junto con Leonardo da Vinci, la figura más destacada del renacimiento italiano. En su condición de arquitecto, escultor, pintor y poeta ejerció una enorme influencia tanto en sus contemporáneos como en todo el arte occidental posterior a su época. Nació el 6 de marzo de 1475 en el pequeño pueblo de Caprese, cerca de Arezzo, aunque, en esencia, fue un florentino que mantuvo a lo largo de toda su vida unos profundos lazos con Florencia, su arte y su cultura. Pasó gran parte de su madurez en Roma trabajando en encargos de los sucesivos papas; sin embargo, siempre se preocupó de dejar instrucciones oportunas para ser enterrado en Florencia, como así fue; su cuerpo descansa en la iglesia de Santa Croce. El padre de Miguel Ángel, Ludovico Buonarroti, oficial florentino al servicio de la familia Médicis, colocó a su hijo, con tan sólo 13 años de edad, en el taller del pintor Domenico Ghirlandaio. Dos años después se sintió atraído por la escultura en el jardín de San Marcos, lugar al que acudía con frecuencia para estudiar las estatuas antiguas de la colección de los Médicis. Invitado a las reuniones y tertulias que Lorenzo el Magnífico organizaba en el Palacio de los Medici con otros artistas, Miguel Ángel tuvo la oportunidad de conversar con los Médicis más jóvenes, dos de los cuales posteriormente llegaron a ser papas (León X y Clemente VII); conoció también a humanistas de la talla de Marsilio Ficino y a poetas como Angelo Poliziano, habituales visitantes del palacio. Por entonces Miguel Ángel que contaba con 16 años de edad, ya había realizado al menos dos esculturas en relieve, el Combate de los lapitas y los centauros y la Virgen de la Escalera (ambas fechadas en 1489-1492, Casa Buonarroti, Florencia), con las que demostró que ya había alcanzado su personal estilo a tan temprana edad.
Su mecenas, Lorenzo el Magnífico, murió en 1492; dos años después Miguel Ángel abandonó Florencia, en el momento en que los Médicis son expulsados por un tiempo de la ciudad por Carlos VIII. Durante una temporada se estableció en Bolonia, donde esculpió entre 1494 y 1495 tres estatuas de mármol para el Arca de Santo Domingo en la iglesia del mismo nombre. Más tarde, Miguel Ángel viajó a Roma, ciudad en la que podía estudiar y examinar las ruinas y estatuas de la antigüedad clásica que por entonces se estaban descubriendo. Poco después realizó su primera escultura a gran escala, el monumental Baco (1496-1498, Museo del Barguello, Florencia), uno de los pocos ejemplos de tema pagano en vez de cristiano realizados por el maestro, muy ensalzado en la Roma renacentista y claramente inspirado en la estatuaria antigua, en concreto en el Apolo del Belvedere. En esa misma época Miguel Ángel esculpió también la Pietà (1498-1500) para San Pedro del Vaticano, magnífica obra en mármol que aún se conserva en su emplazamiento original. La Pietà, una de las obras de arte más conocidas, Miguel Ángel la terminó casi con toda seguridad antes de cumplir los 25 años de edad, es además la única obra en la que aparece su firma. El punto culminante del estilo de juventud de Miguel Ángel viene marcado por la gigantesca (4,34 metros) escultura en mármol del David (Academia, Florencia), realizada entre 1501 y 1504, después de su regreso a Florencia. Paralelamente a su trabajo como escultor, Miguel Ángel tuvo la oportunidad de demostrar su pericia y habilidad como pintor al encomendársele la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina en el Vaticano. En ella Miguel Ángel plasmó algunas de las más exquisitas imágenes de toda la historia del arte.
Con anterioridad a la bóveda de la Sixtina, en 1505, Miguel Ángel había recibido el encargo del papa Julio II de realizar su tumba, planeada desde un primer momento como la más magnífica y grandiosa de toda la cristiandad. Pensada para ser emplazada en la nueva Basílica de San Pedro, entonces en construcción, Miguel Ángel inició con gran entusiasmo este nuevo desafío que incluía la talla de más de 40 figuras, pasando varios meses en las canteras de Carrara para obtener el mármol necesario. La escasez de dinero, sin embargo, llevó al Papa a ordenar a Miguel Ángel que abandonara el proyecto en favor de la decoración del techo de la Sixtina. Cuando, años después, retomó el trabajo de la tumba, la rediseñó a una escala mucho menor. No obstante, Miguel Ángel pudo terminar algunas de sus mejores esculturas con destino a la tumba de Julio II, entre las que destaca el Moisés (c. 1515), figura central de la nueva tumba, hoy conservado en la Iglesia de San Pedro in Vinculis, Roma. Pese a que el proyecto para la tumba de Julio II había requerido una planificación arquitectónica, la actividad de Miguel Ángel como arquitecto no comenzó de hecho hasta 1519, cuando diseñó la fachada (nunca realizada) de la Iglesia de San Lorenzo en Florencia, ciudad a la que había regresado tras su estancia en Roma. Durante la década de 1520 diseñó también la Biblioteca Laurenciana (sala de lectura y vestíbulo con la escalinata de acceso), anexa a la citada iglesia, aunque los trabajos no finalizaron hasta varias décadas después. También durante esta larga etapa de residencia en Florencia Miguel Ángel emprendió -entre 1519 y 1534- el encargo de hacer las tumbas de los Médicis en la Sacristía Nueva de San Lorenzo. Ya en Roma, Miguel Ángel comenzó a trabajar en 1536 en el fresco del Juicio Final para decorar la pared situada tras el altar de la Capilla Sixtina, dando por concluidos los trabajos en 1541. En 1538-1539 se iniciaron las obras de remodelación de los edificios en torno a la Plaza del Capitolio (Campidoglio), sobre la colina del mismo nombre, corazón político y social de la ciudad de Roma. Concibió el Capitolio como un espacio ovalado, y en su centro colocó la antigua estatua ecuestre en bronce del emperador Marco Aurelio. En torno a ella dispuso el Palacio de los Conservadores y el Museo Capitolino, así como también el Palacio del Senado, dando al conjunto una nueva uniformidad constructiva acorde con la monumentalidad propia de la antigua Roma. La obra cumbre de Miguel Ángel como arquitecto fue la Basílica de San Pedro, su cúpula se convirtió en modelo y paradigma para todo el mundo occidental.
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